La relación del actuante con el público en el performance carga el espacio que los separa con la posibilidad de liberación. Porque es el espacio entre las personas lo que hay que liberar. Hay que vaciar ese espacio de los prejuicios, de la ignorancia y del odio.

Lo que potencialmente nos une es el verdadero material del performance.

Para lograr esta liberación de espacio es necesario activar al público. El actuante tiene que quebrar sus convenciones de expresión corporal para ubicar sus gestos en la comunicación en vez de en la representación. Hasta en el caso del performance como ritual, la inclusión y participación son esenciales. El performance es asunto de volver protagonistas a los que están al margen.

En este tiempo de desarraigo, de separaciones violentas y dolorosas, tenemos que generar lazos que nos ligan a la necesidad de una realidad en común, de un crecimiento colectivo. La interacción dentro del respeto y la dignidad es el acontecimiento.

El performance nace de un cambio de percepción o perspectiva que lleva a una diferencia que existe entonces entre la manera que entiende el mundo el actuante y la manera que lo entiende la gran mayoría.

Al vivir o actuar sobre ese cambio, se empieza a ir contra una corriente horizontal por razones verticales. Aquí está la tensión en el performance. Al meditar verticalmente sobre la vida a través de acciones físicas y posicionamientos en el espacio, el actuante se vuelve un estorbo, un inconveniente, un sin sentido, quizás hasta una confrontación para la corriente horizontal.

Los recursos y las herramientas a la mano son el tiempo, espacio, proxémia, voz, texto, imagen, asociaciones, expresión corporal, contexto, e interacción. Los cinco sentidos más posición.